E
squemáticamente, podemos decir que los tres tópicos para este año son: primero, cómo hacemos para que se respete la flamante ley de venta sólo en farmacias (lo que implica entre otras cosas el y el fin del gondolero); segundo, un ataque frontal a la mal habida “ley de franquicias sindicales”, que desató una polémica enorme, un escándalo legislativo con dos modificaciones sobre la marcha de un mismo artículo y una aprobación record para la legislatura provincia; y tercero, la ley de trazabilidad de medicamentos que los harán más seguros para el consumo. A nuestro modesto entender, estos tres puntos conforman los ejes cartesianos del sector para lo que se viene del 2010.
Vamos a fundamentar este último tema, a simple vista un tanto arriesgado, ya que los dos primeros ítems parecen de mayor peso.
El proyecto para adoptar una ley pareja que permita la trazabilidad de todos los medicamentos, evitando su adulteración y posterior ingreso al mercado negro, tiene en estos momentos una discusión angular. Se trata del método con que se garantiza el control de la circulación. Inicialmente, se habló de utilizar el sistema de radiofrecuencia, como esos dispositivos que se encuentran entre las hojas de un libro que reposa en las estanterías de una librería, el famoso RCD, más costoso pero efectivo. Sin embargo, fuentes consultadas afirman que la industria del medicamento buscará cambiar esto, e imponer el sistema óptico, es decir, el escaneo de código de barras.
En primer lugar, esta es una discusión por los costos. Si la industria insiste en que pierde millones por la falsificación de medicamentos, es necesario un sistema que garantice la mejor trazabilidad. El primero de los sistemas implicaría la aplicación de microtransmisores en los envases, producidos por la propia industria. En este punto, se especula que ese valor se puede trasladar a los precios de los medicamentos, o que se intente imponer como costo a las farmacias. Sin embargo, desde el sector farmacéutico independiente niegan esta posibilidad: “los laboratorios deben hacerse cargo de este gasto”. Los pacientes que son expuestos a marcas de medicamentos adulterados no deberían temer por sus vidas a la hora de consumirlos y en eso los laboratorios son los primeros responsables de brindar esa prestación de calidad. Además que es un costo menor al que la misma industria dice perder por la cantidad de falsificaciones a sus remedios que circulan en el mercado. No podemos ni pensar en la posibilidad de hacer cargo a la farmacia, el eslabón más endeble de la cadena y por ello el más vulnerable.
Por esto, la industria estaría buscando una movida alternativa: aprobar la media sanción de la ley modificada, y en vez de imponer el método RCD, se utilice el de identificación óptica. Este sistema, mucho más barato, es el mismo que se usa en supermercados y otros comercios para leer código de barras, que en los medicamentos están incorporados a troqueles. En un país que se falsifica dinero, títulos académicos y demás, uno se puede imaginar la facilidad para duplicar un troquel de un fármaco. Primera objeción de sentido común.
Entonces, la propuesta incorpora un sistema altamente vulnerable (aunque más barato, ya que muchas farmacias (piensan ellos) están casi todas equipadas con los lectores, que ahora se usan para no tener que escribir todo el nombre del producto dispensado). Pero hay un detalle tal vez no tenido en cuenta, que hace inviable su utilización: el tiempo del armado de un pedido, en materia logística, falla. Porque si la droguería tiene que pasar cajita por cajita los productos de un pedido, para cada farmacia, dos veces por día (como es mas o menos lo normal) no alcanza el tiempo físico para hacerlo. Y si esto se resolvería quitándole a las farmacias la posibilidad de hacer dos pedidos diarios, peor, porque se achica el margen de rentabilidad en mucho más de lo que se podría calcular. Favoreciendo a las grandes farmacias concentradoras con casi droguerías propias capaz de satisfacer la demanda de cualquiera. Ni más ni menos que un aumento exponencial de la concentración. Las farmacias pequeñas serían sepultadas por la necesidad de los pacientes del medicamento al instante o lo sumo para ese mismo día en el segundo pedido.
En materia de margen de ganancia, este sistema parece un “suicidio inducido” hacia la farmacia independiente. Entre las droguerías ya se habla de la imposibilidad de absorber dos pedidos por día si sale la ley con este sistema óptico. La respuesta generaría una situación similar a las de 2007, cuando se restó dos puntos –a quemarropa- por parte de las droguerías en la rentabilidad general de las farmacias, un escándalo que hizo crujir toda la estructura del sector y que puso en discusión la estabilidad de toda la cadena y la conducta de algún dirigente farmacéutico por la tibieza en la defensa de esta rentabilidad violada.
Una movida así puede hacer de la farmacia la “nueva estación de servicio”, es decir, un negocio que ya no es rentable en sí y necesita del “auxilio” de otros rubros (golosinas, diarios, cafetería), para sostenerse, porque hoy en la Argentina nadie hace plata vendiendo nafta. Las asimetrías del sistema terminan siendo sostenidas por los eslabones más débiles de la cadena, en este caso el paciente, y el más poderoso –la industria –decide apostar a un cambio que sólo sirve para profundizan esa diferencia.
Además, aparece en la nueva ley aparece una reforma penal, que incluye la incorporación a la cadena “Laboratorio-Droguería-Farmacia” la figura de “operador logístico”, estamento creado por la industria para hacer presión sobre las droguerías. La reforma implica que de no cumplir con esta cadena determina quedar encuadrado en un delito penal. No estaría mal, de no ser porque para implementar esto se recurre al sistema más vulnerable como es el óptico. Con responsabilidades compartidas por toda la cadena de distribución. Con bandas especializadas que operan en todo el país, falsificando troqueles de todo tipo (el caso del año pasado en caso Río Negro debería bastar de ejemplo), los riguroso de la ley es, como mínimo, una tentación a una justicia a lo “mono con navaja”.
El cerrojo le pone un marco penal a las infracciones, y pone de responsables a todos los integrantes de las farmacias, droguerías etc. Porque nadie quiere caer bajo el rigor penal. Pero ponen el sistema mas vulnerable, aparentemente menos costoso pero que traería a la larga más inseguridad para la gente y las farmacias, porque los segundos no tendrían en tiempo y forma los medicamentos. Los números son claros: si se tiene repasar por el lector óptico los pedidos de 12 mil farmacias, no alcanza el día para hacer los dos pedidos tradicionales. A menos que cambiemos o manipulemos el calendario (el lector dirá que si se maneja la inflación se puede hacer, por suponer, un día de 48 horas, algo que esta Argentina, irónicamente, parece aceptar).
En definitiva, un método que parece menos costoso para la farmacias, porque la instalación está casi resuelta, termina siendo una pérdida de la rentabilidad insoslayable, que nadie va a dejar pasar. Aunque en la sima sea habitada por dirigentes que hacen de la siesta o la vista gorda su principal fortaleza. Qué dirá el “as de espada” del gobierno en materia de precios, el inefable Guillermo Moreno, sobre esta idea de la industria de favorecer a los grandes capitales en contra de los chicos, y que la gente termine pagando el pato de la boda, sesgando la llegada de medicamentos en tiempo y en forma a cada una de las farmacias.
Seguimos pensando que una mala ley que favorece al mercado negro de troqueles o a la venta de distribuidores de lectores ópticos, pasándoles costos a las farmacias por la falta de la necesaria e institucionalizada segunda entrega de medicamentos para la gente; no deber salir, si va a terminar perjudicando a la misma gente que quiere proteger... “Peor el remedio que la enfermedad”, dice la frase popular. Que define de manera perfecta por qué si sale así la ley de trazabilidad, el sector no suma una herramienta para un medicamento más seguro, sino que compra un problema. Para pensar en el verano, y que marzo no nos encuentre desprevenidos.
Néstor Caprov